Friday, November 19, 2010

¿Llegar temprano?

Mi puntualidad es una imposibilidad cada vez más cercana. No importa cuán temprano me levante, 7, 6, 5 o 4 de la mañana, sigo llegando 20 o hasta 30 minutos tarde. Estoy empezando a creer que el interior de mi baño existe en otro huso horario. O que todo el mundo conspira para adelantar todos los relojes al tiempo. ¿Será que estoy en una versión burda y torcida del Truman Show? Talvez el director quiere ver de qué modo ridículo se puede enloquecer por la opresión de llegar tarde a todo.

Pero no. Mi vida no es buen caramelo de vouyerista. Lo que pasa es que siempre he sido impertinente e impuntual en mi vida. Me enamoro de una chica más o menos al tiempo que ella se amarra con otro. Me entero de una oferta de trabajo apenas días después de que el puesto ya se ocupó o, peor, lo tomo meses después de que mi nuevo jefe ha perdido toda credibilidad en la empresa. Casi nunca digo un "feliz cumpleaños" a tiempo. Las buenas ideas me vienen semanas después de presentar la campaña. Y a mi esposa la conocí en un mal momento para juntarnos... ¡dos veces!

La amé desde que la ví. Ella: perversión y fragilidad, necesidad afectiva y suficiencia intelectual, chavacanería alevosa y seguridad para entre-risas hacerse respetar. Ella: amarrada. Aquella vez solo hablamos. A cada oración me daba cuenta que ella tenía todo lo que alguna vez me había gustado en una mujer. De algún modo me venía enamorando de ella desde los 7 años, como quién se enamora de una idea que se va haciendo a retazos. A los 7 el cabello y mejillas de una niña, a los 13 la sexualidad incansable de la hermana de un amigo, a los 14 la sonrisa y mirada cansada de una chica que trabajaba en mi casa, a los 16 el intelecto alevoso de una compañera de curso que hacía juego con su cabelllo negro y largo, a los 22 la voracidad carnal y húmeda de otra chica que trabajaba en mi casa, y poco después la melancolía y tragedias de una mujer que no debí amar. Ella: Diana: Era todo y era nada porque estaba amarrada.

La segunda vez que la ví se había desconectado de su necesidad de estar con alguien. Mató mis esperanzas diciendo que estaba en un momento en que quería disfrutar de su soledad e independencia. Pero yo no le creía. Las heridas físicas y emocionales contaban otra historia, que cada día se iba deshojando frente a mí. Y el otoño de sus duelos y dolores cambió a besos y abrazos que luego crecieron en llantos y verdades compartidas. Los dos nos reconocimos cansados, heridos y malos. Los dos nos reconocimos como el reflejo del otro. Amarla fue amarme. Amarme fue amarse. Y también aceptarse. Y también entregarse al sueño de que se puede ser feliz con uno mismo, y que las heridas talvez no son más que sonrisas irónicas que se marcan por más tiempo en nuestra piel.

Te amo tardío e impuntual.
Te amo como sea que tenga que llegar.
Te amo desde que sé amar.

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