Thursday, January 06, 2011

Aventuras Peludas


Capítulo 1

Cuchi caminaba por un terreno que se deshacía entre sus patas. Como una especie de polvo que la enterraba con cada paso que daba. Una especie de sábana ocre/naranja y cálida se extendia por donde quiera que fijara su mirada. Cuchi no sabía dónde estaba. Sólo sabía que era un poodle y que tenía sed.

Había quedado con el Ricky, un labrador, y el Mugroso, un poodle más grande, en hallar algo de comer y de beber. Pero hasta ahora sólo había encontrado más de ese polvo naranja que pugnaba por colarse por su trufa. Temía abrir la boca y tragárselo. Pero el calor era tal que el cansancio corría hecho lágrimas rojas, desde sus ojos hasta sus patas, y desde sus patas hasta el polvo naranja que pisaba.

El calor que sentía en sus patas le recordaba el pollo que hace unas semanas le preparaba Paqui. En ese tiempo en el que podía darse el lujo de comer según su antojo, y dejar las bolitas regadas en su sapo y en el piso. Mientras avanzaba, el recuerdo de esas bolitas le agijoneaba la cabeza y el estómago. Ya no le importaba sacar la lengua. El calor era demasiado como para hacerle ascos al polvo naranja. Polvo que hacía peso sobre sus párpados y amenazaba con cerrarle los ojos, tal vez para siempre.




Capítulo 2

Sobre el polvo ocre/naranja yacía una masa casi informe de pelos blancos. El viento, el calor y todo lo demás había conspirado para volver irreconocible lo que la arena escondía. Un graznido sonó, seguido de un buitre que se posaba sobre los pelos blancos. El animalejo movía el polvo con un cuidado clínico. Su respiración hacía caer más granos de los que pretendía. De repente, sin esperarlo, develó un ojo enmarcado por todos esos pelos blancos. Dentro de éste, un brillo rojo lleno de un odio ancestral se fijó sobre él, paralizándolo. Al instante, unas fauces abrazaban su cuello , desgarrando la poca vida que le restaba tras ver ese odio animal. Finalmente Cuchi tenía qué comer.



Capítulo 3

Ahora Cuchi trataba de volver sobre sus pasos. Aunque el viento había hecho lo posible por borrar su rastro, aún quedaba algo del olor de sus huellas para guiarla por esa sábana ocre infernal por la que andaba.

La sangre del buitre que llevaba en su trufa, y que mojaba su lengua, le hacía pensar en el plan que había urdido para atraparlo. Había recordado una imagen en un periódico que leía su ama/mamita, sobre el cuál había hecho su ley acostándose para que le prestaren atención. Era un pajarraco que merodeaba en lo alto a un animal que había desfallecio sobre un polvo ocre parecido al que ella cruzaba. Se le ocurrió que si se echaba y esperaba, uno de estos animales se le acercaría lo suficiente como para someterlo. El sabor salado de la carne entre sus dientes era un firme recordatorio de todo lo que había conseguido este día.

Mientras disfrutaba su cena, una voz familiar hacía eco por el viento. "¡Cuchi!" "¡Cuchi!" Cada vez más alta y cada vez más insistente. De repente los bordes de su horizonte empezaron a difuminarse con una luz lechosa que volvía todo blanco. De repente sólo podían verse sus ojos negros rodeados de esta blancura ajena, hasta desaparecer completamente.



Capítulo 4

Cuchi abría los ojos. La imagen se aclaraba y revelaba a un rostro familiar. Una sonrisa optimista con una mirada un tanto cansada, enmarcada por un cabello paradójicamente oscuro y radiante. Era su mamita quién, al tomarla en brazos, revelaba detrás de ella un líquido verde casi tan infinito como la arena de la que había despertado. Era el mar. Estaba en la playa. Ahora respiraba más tranquila sabiendo que todo había sido un sueño. Nuevamente vivía la realidad en la que los humanos vivían engañados, pensando que ellos eran los amos y ella era la mascota. Cuando la verdad era todo lo contrario.

1 comment:

Silmarwen said...

Ay si! Tantas historias peludas alrededor de la existencia del wai!
Gracias por volver épica la presencia de aquel triste animal que tanto amamos.
Besos,
D.